Sunday, July 5, 2015

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El sacudón cerebral o el tiempo de las preguntas
por Gustavo Borges Revilla para Misión Verdad en Venezuela, 10 de junio 2015

Los síntomas de cada conflicto hoy en el planeta describen en su conjunto una sola enfermedad: el capitalismo como sistema cultural, como modo de producción, como lógica abarcante de todo lo conocido, se encuentra en un momento crucial y de contradicción profunda. Es un complejo sistema de producción esencialmente cultural que ya ocupó todos los lugares de este planeta, ya colonizó todos los cerebros, ya explotó todos los recursos, ya acumuló todo el capital posible, ¿qué viene ahora? 

La enfermedad

Los absurdos niveles de consumo de los países autodenominados "desarrollados" son insostenibles. Se calcula que sólo Estados Unidos, en términos de consumo de petróleo, alcanzó los 18,5 millones de barriles cada 24 horas en 2012, lo que representó casi el 20% del consumo total de petróleo del mundo por día. Detrás le siguen superpotencias como China, India y Rusia.

Sólo en China, por citar otro ejemplo, la cifra de automóviles en las rutas de ese país aumentó de 16 millones que había en 2000 a cerca de 100 millones en la actualidad. Es una ecuación simple: estamos consumiendo velozmente recursos de carácter finito y no renovable, todo a costa de la explotación moderna de millones y millones de seres humanos.

Y así podríamos seguir enumerando pequeños y grandes rasgos de la demencial lógica de vida autómata y consumista a la que nos empuja el capital y sus poderosas corporaciones de propaganda sin derecho a cuestionamiento. Porque hay que decirlo una y mil veces: esto que somos fue impuesto por años y años de dominio y de guerra, no es verdad que somos naturalmente una especie de consumidores desmedidos. El capitalismo es, en esencia, un diseño político, un modo de producción que encuentra en la naturaleza, y por lo tanto en nosotros, la razón de su dominio.

Todo el siglo XIX sirvió para que en distintos periodos el capitalismo ocupara territorios donde se proponía experimentos contrarios a él. Las dos grandes guerras europeas, llamadas mundiales, permitieron la superación de la crisis de un sistema que parecía amenazado. Luego de la primera guerra, y tras el estallido de la revolución rusa, el comunismo nacía como alternativa en el este de Europa. Pero las condiciones de ese largo periodo histórico condujo a sus líderes a compartir y competir con el capitalismo la misma idea de progreso, de crecimiento y de dominio sobre el otro.

La Unión Soviética desarrolló en poco tiempo grandes industrias metalúrgicas y militares que le permitirían años más tarde, bajo el liderazgo de Stalin, enfrentar y derrotar al régimen fascista de Hitler, que era alentado por un sector de las grandes potencias europeas y empresas poderosas de Estados Unidos.

Millones de vidas le costó a la Unión Soviética la victoria en aquella guerra, que fue consecuencia directa de las contradicciones capitalistas en Europa. Luego de ello, y quedando a la vista mundial Estados Unidos y la Unión Soviética como los dos grandes bloques dominantes, se inició una competencia desmedida por el crecimiento económico, el desarrollo de nuevas industrias y tecnologías y el aumento del consumo en toda la sociedad. Esto produjo una brutal burocracia estatal rusa, el ascenso de nuevos acumuladores locales de capital, y la reproducción de la lógica explotadora, matriz del modo de producción capitalista. Se desintegraba así el sueño comunista de una sociedad justa, colectiva, dirigida por los trabajadores y campesinos explotados. El capitalismo se alzaba entonces como único e incuestionable sistema de vida.

    El capitalismo se alzó como único e incuestionable sistema de vida

Sin otra propuesta civilizatoria a la vista, el capital mundial se movió como quiso, las grandes transnacionales, en su mayoría de Estados Unidos y Europa, establecieron reglas a su antojo sobre países enteros. Dictaron a su medida las leyes de la economía ocupando territorios con tratados de libre comercio, instalando empresas multinacionales y explotando a millones de seres humanos en condiciones de esclavitud moderna, derrocando gobiernos que asomaban oponerse y sustituyéndolos por gobiernos complacientes. Se ensayaron métodos de dominación, nuevos y modernos sistemas de tortura, se diseñaron armas sofisticadas para garantizar el caos donde la resistencia se hacía más fuerte. Todo con el propósito único de acumular capital y ocupar territorio.

Las secuelas de este desastre son evidentes: miles de millones de seres humanos hambrientos y esclavizados por una aberrante minoría dueña de una cantidad impensable de recursos de todo tipo.

Tal minoría es lo que algunos han llamado el 1% global. Las señales de la situación actual y los conflictos armados parecen dar muestras que, dentro de ese 1%, hay grandes confrontaciones por el control de territorio estratégico y rutas de comercio. Superpotencias, grupos y familias que generación tras generación fueron ocupando territorios, controlando gobiernos, fundando megaempresas, ahora parecen tener intenciones de ir contra sí mismos. No parecen ser suficientes las grandes cantidades de capital acumulado y el dominio absoluto sobre todo territorio conocido; al parecer ahora se proponen entre ellos una gran confrontación para el dominio total. Es la génesis del capitalismo: competir hasta ganar, matar hasta dominar.

La competencia entre estas élites por erigirse como dueños absolutos hace de este tiempo una época de definiciones, parece inevitable una nueva confrontación a gran escala. Más allá de las novedosas modalidades de enfrentamiento armado, la guerra es la guerra y ya está sucediendo. Ya la pugna país-país no es la norma, sino la ocupación tercerizada con megaempresas de mercenarios ideologizados y muy bien financiados destrozando todo a su paso e imponiendo el caos controlado como estrategia.

La guerra

Los signos de la guerra se agudizan a una velocidad desesperante. El pronóstico de cada conflicto, por aislado que parezca, tiende a empeorar. En Siria, el Estado Islámico (la franquicia más rentable de la política occidental después de McDonald's) avanza ocupando ya más del 40% del territorio de ese país. Ha tomado a sangre y fuego también ciudades importantes en Irak y Libia. Hay pruebas ya de su incursión en el conflicto en Yemen luchando a favor, por supuesto, de la coalición liderada por Arabia Saudita (ese aliado incondicional de Estados Unidos), donde ya ocurren atentados contra las mezquitas chiítas.

Irán, por su parte, que recientemente ha firmado un acuerdo nuclear con las superpotencias mundiales, da señales de su inevitable involucramiento oficial y directo en este conflicto. Están plenamente conscientes que la derrota en Siria sería el primer paso para la desestabilización abierta en su territorio y los alrededores.

Estados Unidos y sus serviles aliados de Europa, abriendo otro frente, le impusieron a Rusia un conflicto en plena frontera. El golpe de Estado en Ucrania perpetrado por grupos nazifascistas con el diseño logístico y apoyo descarado por este bloque occidental significó un avance claro contra la creciente influencia rusa y china demostrada en los Brics. Casi dos años después de caos y muerte en toda Ucrania, y luego de maniobras diplomáticas que en ciertos momentos apaciguaron la confrontación, hoy todo vuelve a su lugar inevitable: la guerra.

Los nuevos (pero viejos) enemigos necesarios. Es la historia repetida por mil, la guerra es el único fin de un sistema que ya ocupó todos los lugares de este planeta. Las élites sosteniendo su lógica pugnan por perpetuarse, aun a costa de la desaparición de millones de nosotros, su mercancía. La barbarie del humanismo en su más viva expresión.

    La guerra es el único fin de un sistema que ya ocupó todos los lugares de este planeta.

La crisis

La crisis es del sistema. No podemos equivocarnos en el análisis. La crisis no está en un país, la crisis no está en la naturaleza o en la falta de recursos, la crisis no es de valores o de individuos, la crisis no es económica, ni social ni política solamente, la crisis no está en un bloque de aliados frente a otros. La crisis actual es la crisis de lo existente. Y lo existente es el capitalismo.

No existe en el planeta un sistema diferente a éste. La propaganda capitalista nos ha vendido muy hábilmente la existencia de países "socialistas". Son sólo matices de su propio diseño, el capitalismo es un solo sistema con características propias en cada territorio. No existe a la vista una propuesta resolutiva que se salga de la lógica de dominio, control y acumulación de capital entre los grupos dirigentes de las grandes potencias mundiales.

La degradación mediática es cada vez más descarada. Los niveles de inoculación de terror por todos los sistemas de comunicación es masivo. Hoy todos sabemos la hora exacta en la que el Estado Islámico decapita a niños palestinos en Yarmuk, Siria. Nos enteramos casi en tiempo real de la mutilación y el desmembramiento de una mujer en Ciudad Juárez, México. Compartimos en Facebook sin pudor alguno las imágenes del Pravy Sektor quemando vivos a militantes del partido comunista en Odessa, Ucrania. Todo esto sin rastros de asombro.

Años de consumo masivo de basura hollywoodense nos quitaron la capacidad de sentir indignación por la muerte de otros no cercanos en lo inmediato. Nos individualizaron a niveles aterradores.

Con o sin armas nucleares la guerra ya está aquí. La crisis es existencial, porque es la existencia de nosotros, la especie, la que está en juego.

La posiblidad

"El despertar, la explosión social del caracazo, del venezolanazo, de la rebelión popular del 27 de febrero, fue una sorpresa en todo el mundo, se congelaban las luchas mundiales casi todas. Oh cosa extraña, mientras caía la Unión Soviética y el socialismo era desterrado y se levantaban las banderas del capitalismo, del consenso de Washington y todo aquello del neoliberalismo, sorpresa mundial, se alzó el pueblo venezolano, inaugurando la nueva historia, porque eso fue lo que ocurrió aquí, el siglo XXI en el mundo, comenzó en Caracas, comenzó en Venezuela un lunes por la mañana, 27 de febrero".

Estas palabras de Hugo Chávez ubican con exactitud una nueva realidad: a partir de 1989, y desde Venezuela, nace la posibilidad de torcer la lógica y el desastre que pareciera evidente. Lo hemos dicho: 1989 no es un hecho anecdótico, no son solamente comercios saqueados por una horda hambrienta; así nos mostró la maquinaria de propaganda de la élite.

    A partir de 1989, y desde Venezuela, nace la posibilidad de torcer la lógica y el desastre que pareciera evidente

El 89 inaugura en este territorio-mina la posibilidad de vernos como realmente somos. Reconocer nuestra condición de esclavos, de pobres, y a partir de este hecho consciente lanzarnos a la calle a proponer la posibilidad de otra cultura, al hacer político. Desde ese año se hace inevitable mirarnos sin la basura ideológica de siempre, esa que nos usó siempre en función de la acumulación de la riqueza erigiendo en nombre de nosotros banderas de libertad y justicia. La que nos diseñó políticamente como objeto, como una mercancía más, o como culpables del robo y el crimen, esa que siempre habló en nombre de nosotros para justificar sus guerras y nos programó como esclavos para pelearlas, como ocurre hoy con todo el planeta.

Cuando a finales de los años 80 avanzaba sin control el plan de la élite por eliminar definitivamente la estructura del Estado, para ir directo a la explotación de recursos sin intermediarios, se abrieron las rendijas que hicieron posible esta revolución. En los planes de los dueños nosotros los pobres nunca hemos sido sino mercancía, objeto de control, por lo tanto el 89 nunca estuvo en su diseño.

Hugo Chávez como resultado de aquel parto colectivo cambió junto a nosotros para siempre la realidad de Venezuela. La posibilidad de una nueva lógica política contagió rápidamente a toda la región. El desbarajuste de los planes del bloque occidental fue evidente. Más allá de la tentación izquierdosa de la consigna, hay que decirlo: en Venezuela nace la posibilidad de cambiar la historia, de hacerla, de pensarla, de diseñarla, de construirla; no de buscarla en el pasado o en el afuera. Es en el más profundo adentro donde está nuestro punto de partida. Debemos discutir, planificar y diseñar la construcción de una forma distinta de vernos como parte de un territorio, donde nos demos la importancia real que tenemos como habitantes del mismo, es la construcción del afecto por un país territorio, donde ya no seamos más una mina de la que todos extraen riqueza y la abandonan.

Es sacudirse del cerebro toda la basura ideológica, religiosa, que no es más que la falsa percepción de una realidad mundial y que sirve sólo para seguir dominándonos. Es comprender que hoy podemos atrevernos a ser radicales en el pensamiento y audaces en la acción.

Es no negarnos a nosotros mismos la posibilidad de crear conocimiento, no adquirirlo, porque el conocimiento existente es absolutamente capitalista; se trata de construirlo, de crearlo, de experimentarlo, sin miedo a la equivocación, porque sólo se equivoca el que hace. Aun cuando tengamos más interrogantes que respuestas, nuestro punto de partida debe ser la certeza del concepto colectivo como base, pero no el colectivo como organización tradicional que hoy conocemos: es la sociedad colectiva la que debemos pensar, soñar. Es entender la otra sociedad como un hecho cultural, para que la gente sea gente, y así poder sustituir el cadáver del capitalismo.

Hoy por hoy no existe un pensamiento distinto al capitalista en el planeta. Por lo tanto esta característica que pareciera catastrófica es a la vez maravillosa: está todo por crear, todo por pensar, todo por construir. Frente al desastre actual no tenemos nada que perder quienes todo lo hemos perdido.

Los llamados intelectuales arropados por su propia flojera y deshonestidad pretenden erigirse como sabios sin comprender que toda su sabiduría la adquirieron en los templos del conocimiento capitalista, es decir, en las universidades y bibliotecas físicas y digitales del planeta. Por lo tanto su cerebro ya fue colonizado de mil maneras. Son incapaces de cuestionar su propia comodidad, por lo tanto difícilmente tengan la capacidad de pensar algo que les niegue la posibilidad de vivir como hoy viven, rodeados de comodidad, viajes y poder. Repiten afanosamente como posibilidad conceptos-máscara del capitalismo: democracia, derechos humanos, desarrollo, sustentabilidad, ideología, etc. Es decir, la misma conceptualidad burguesa en su más cínica exactitud.

    Hoy podemos atrevernos a ser radicales en el pensamiento y audaces en la acción

La intelectualidad hoy está lisiada cerebralmente, es lento su proceso de comprensión si es que existe tal cosa en ellos. Todo intelectual hoy es un individuo cómodo, sin responsabilidad alguna con un territorio, con un plan, con un país. La incapacidad que tienen para cuestionar lo existente es total. Tratan de vendernos el pasado (con toda su carga de dominación y de guerra) como posibilidad mientras el capitalismo sonríe y paga sus honorarios. Incluso algunos más miserables han llegado a justificar masacres recientes, como en los casos de las invasiones en Libia y Siria.

No debemos dejarle a ellos la tarea histórica de pensar. Somos nosotros, colectivamente, inventando nuevos métodos de estudio, experimentando nuevas formas de producir, de cantar, de vestir, de vivir, los que debemos sembrar la semilla de lo nuevo, por más avasallante que parezca. Inventar otros conceptos, otros métodos, en fin, otro modo de producir y de relacionarnos es hoy la opción más digna.

Todo está por cuestionar. Lo que hoy conocemos como sistema de vida muy probablemente deje de funcionar, el capitalismo en su contradicción puede terminar autodestruyéndose. Quedarán entonces todas las rendijas abiertas para lo nuevo o para la muerte definitiva. Partir desde la inquietud, desde la humildad del que ignora: ¿Cómo vamos a producir? ¿Bajo qué lógica nos organizaremos? ¿Con qué fuentes energéticas? ¿Cuáles serán nuestros métodos de estudio? ¿Cómo aprenderemos? ¿Seguiremos sosteniendo las mismas estructuras que hacen posible la cultura capitalista: escuelas, fábricas, universidades, etc? ¿Cómo criaremos a nuestros hijos? ¿Sostendremos la fábrica como modelo primario de producción? ¿Los niveles de consumo serán los mismos que ahora? ¿Cómo y para qué produciremos tecnología? ¿Cómo nos desplazaremos? ¿Seguiremos comprando y vendiendo o inventaremos otro modo de relacionarnos?

La guerra está en su momento efervescente. En Venezuela, como en el planeta, la guerra arrecia, corrompiendo a su paso mentes débiles. Es cada vez más sofisticada. El directorio revolucionario, con Nicolás Maduro a la cabeza, ha dado grandísimas muestras de saber enfrentar el peligro de cerca. La escuela de Hugo Chávez hoy se manifiesta en él y en nosotros de manera más clara. Resistir ante la brutal avanzada de la élite internacional ha sido una lucha épica. No hemos tenido tiempo de valorar nuestro propio esfuerzo por sostenernos como protagonistas hoy en esta revolución.

Que el capitalismo no nos quite el entusiasmo y la certeza de lo colectivo. Ganémosle la batalla a la costumbre. Paremos de una vez por todas el tránsito hacia la tragedia. No le entreguemos más territorio a la soledad. 

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